La nevada se adelantó y truncó nuestros planes. Bienvenida sea a pesar de ello. Retrocedemos en busca de un lugar en el que la mañana invernal sea más benévola y nos acercamos hasta Berbusa. Pueblo abandonado antes de los años sesenta, elegantemente dispuesto en la solana, a mitad del camino entre Olivan y Ainielle. A pesar de las heridas que inevitablemente abren el paso del tiempo y de la soledad, sigue respirándose elegancia y belleza al caminar por sus calles.
Pueblo con iglesia construida allá por el 1700, dos escuelas (una para el verano y otra para el invierno), diez casonas, todas ellas de recia y eficaz arquitectura que hacen honor a la fama de buenos "piqueros" de sus gentes y cuyos muros aún se levantan.
Pasan los años y la vegetación lo invade todo. Dura vida la de estos montañeses que se vieron obligados a dejar hogar, paisaje y origenes.
Aún hoy, si uno cierra los ojos, puede sentir la presencia de todos los que se fueron.