Una de las cosas que más se agradecen cuando por la mañana suena el despertador para comenzar un nuevo día, es que las lógicas y monótonas obligaciones cotidianas que todos tenemos, se puedan sazonar con una buena dosis de inesperada improvisación.
Eso es lo que ocurrió un día de esta semana, uno de estos magníficos días primaverales que ya tenemos, y que si están así, aprovechémoslos sin pensarlo dos veces, de la manera más agradable posible. Por razones de trabajo me encontraba en la localidad de Magallón y terminada la faena a la hora de comer, en vez de ser congruente con el horario, dirigí mis pasos a Talamantes. Mochila con todo el utillaje necesario (que siempre llevo en el coche por si acaso) y tentempié de emergencia.
Talamantes es un pueblo de por sí muy, muy tranquilo. La luminosidad de este día, la temperatura tan agradable, la ausencia de congéneres (es de suponer que comiendo a estas horas) hacían que la sensación de soledad fuera intensa y de lo más agradable. Tan sólo los ladridos de dos perros, por fortuna atados a un par de argollas en el muro, rompieron momentáneamente el silencio en mi camino hacia el puente y la fuente. De este punto directamente a por el cortafuegos, con el simple objetivo de subir y bajar La Tonda, sin prisas pero sin pausas, corriendo, sin andar. Escuchando los únicos sonidos de estos montes, eso sí, mezclados con mis bufidos y jadeos. Siempre se hace larga esta subida, parece que la conoces, que controlas su distancia, pero cuando levantas la vista creyendo que estás casi llegando, vuelves a bajar la cabeza reconociendo que no, que todavía queda un poco más de lo pensado.
Es el momento de apretar, de vencer la tentación de echarte a andar, hoy no, hoy no se anda. En lo alto de La Tonda se agradece la ligera brisa. Cortavientos, unos minutos de tranquilidad para contemplar estos retorcidos y robustos pinos, paisaje que transmite paz, tranquilidad y soledad. Sí, es verdad, estos parajes me proporcionan siempre estas buscadas sensaciones.
Regreso a trote tranquilo, apreciando lo que en subida pasaba desapercibido, volviendo por el hermoso bosque, a pesar de la sequedad de estos meses, a pesar de las ramas secas, de las todavía no nacientes flores y de los futuros brotes que están ocultos, pero latiendo, esperando un buen aguacero para explotar y salir con energía.
Nuevamente el silencio se rompe por los ladridos, ahora se escucha un grito para acallarlos desde el interior de la vivienda. Volvemos sin más pausa a la rutina, satisfecho de haber podido saborear esta soledad primaveral durante un breve tiempo.